martes, 4 de octubre de 2011

Conclusión

Las migraciones internacionales presentan a comienzos del siglo XXI, rasgos muy diferentes de los de cualquier período anterior, tanto que puede hablarse de una nueva era en la historia de la movilidad humana. Su actual fisonomía ha ido tomando forma desde finales del siglo XX. Tales rasgos contribuyen decisivamente a explicar la relevancia contemporánea que revisten, las intensas emociones que despiertan y la prioridad que reciben en las agendas de gobiernos, partidos políticos y organismos internacionales.

El contexto internacional contemporáneo no resulta muy propicio para las migraciones internacionales, no obstante su tendencia a aumentar en volumen. En un mundo crecientemente globalizado, la movilidad de las personas está severamente restringida. En las mayores regiones del orbe, la falta de empleo y de oportunidades de vida para grandes segmentos de la población, junto con la proliferación de conflictos y situaciones de crisis, generan exorbitantes necesidades de emigrar.

Sin embargo, para la mayoría de los candidatos a la migración, con las actuales barreras que la impiden o dificultan, esas posibilidades están gravemente cercenadas. La mayor parte de los que pueden superarlas lo hacen corriendo riesgos y daños a su integridad personal. Los que si pueden migrar son en muchas ocasiones los que en sus países más necesitarían que permanecieran.

Al otro lado de la relación migratoria, los países desarrollados y de alto nivel de ingresos, necesitan migrantes, por razones demográficas y laborales. Pero en muchos de ellos la lógica económica y demográfica cede ante la lógica política que emana de la existencia de fuertes rechazos a la migración y a la sociedad multicultural. En consecuencia, el fuerte potencial de complementariedad inherente a la desigual distribución internacional de las personas y los recursos, apenas se materializa.

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